ANTÍPODAS
Por Juan Manuel Cambrón Soria
El domingo la gobernadora de Tlaxcala volvió a subir al escenario para presentarnos, por cuarta ocasión, una versión cuidadosamente editada de la realidad estatal. Entre luces, pantallas gigantes, discursos y un público seleccionado para aplaudir, escuchamos otra vez que “Tlaxcala está de pie, más fuerte que nunca”. Hasta ahí, nada nuevo bajo el sol, lo hemos visto antes, con este y los gobiernos que le antecedieron, y la verdad es que lo interesante ha dejado de ser lo que se dice, y es más relevante lo que no se menciona y en el costo de la parafernalia.
Cada informe se convierte en un espectáculo donde lo menos importante es informar con veracidad. La arquitectura del evento dice más que las cifras: un auditorio blindado, invitados especiales, música solemne, producción audiovisual y una revista que nadie leerá, pero que se imprime para justificar el ritual. El ciudadano común sabe que esos mensajes no están dirigidos a él.
El punto no es que haya eventos públicos, sino cuánto cuestan y qué prioridades revelan. Según los presupuestos estatales, solo el rubro de “Servicios de comunicación y medios” suma más de 120 millones de pesos en cuatro años, despilfarrados en ceremonias que promueven el culto a la personalidad de la mandataria estatal. Mientras tanto, la inseguridad prevalece, policías y patrullas son insuficientes, calles destrozadas y sin alumbrado, escuelas sin mantenimiento y centros de salud sin medicinas, y un largo etcétera. Si hacemos un cálculo conservador, estaríamos hablando de 30 millones de pesos anuales del erario destinado al montaje de la difusión. Con eso, fácilmente se podrían financiar becas para estudiantes, apoyos a emprendedores, pavimentar algunas calles o comprar 30 mil uniformes más para cubrir la matrícula de estudiantes en el estado.
El que la gobernadora se autoelogie, eso es casi un instinto natural del poder, que no lo justifica pero se explica a partir del ego que los corroe. Los puritanos y defensores del gobierno dirán que no hay problema con que se informe, es más que se está cumpliendo con la obligación de rendir cuentas, pero de verdad es esa la intención, no hay espacio real para que la ciudadanía pregunte, compare o exija aclaraciones. El formato está diseñado para complacer, no para responder.
Si se trata de rendir cuentas, está el Congreso y las comparecencias que están detenidas y prácticamente canceladas sirven para ello. ¿A que le temen?, a un par de diputadas de oposición que no son dóciles, que cuestionarían las inconsistencias, que promoverían un debate parlamentario con preguntas que seguro pondrían el acento en temas incómodos.
Quizá la pregunta no sea cuánto presume el gobierno, sino cuánto estaría dispuesto a dejar de gastar en presumirse, para invertir en resolver lo urgente. Y esa, por cierto, es la única parte del informe que nunca escucharemos desde el escenario.

