El bloque negro

ANTÍPODAS

Por: Juan Manuel Cambrón Soria

Después de la marcha del 15 N, es notoria la atención que el gobierno y los medios han puesto sobre un grupo que denominan Bloque Negro. ¿Pero que es ese movimiento? Hay que decir no nació en México, aunque aquí encontró un ecosistema perfecto para multiplicarse entre penumbras. Su estética, su operación, su táctica y su lógica vienen de los “black blocs” europeos de los años ochenta, que eran grupos anarquistas y autonomistas que se organizaban de forma horizontal; es decir sin un liderazgo individual visible, usaban vestimenta negra, sudaderas, capuchas, pasamontañas, etc., para evitar ser identificados y apostaban su estrategia por la acción directa contra símbolos del Estado, del gobierno y del capital. Esa genealogía explica la uniformidad, los rostros cubiertos, el movimiento en “enjambre” y cierta narrativa antisistema que, en su origen, respondía a causas ideológicas reconocibles: antiautoritarismo, anticapitalismo, oposición al Estado. Sin embargo, en México esa matriz se volvió un híbrido extraño. Aquí el Bloque Negro aparece sin discurso político explícito, sin manifiesto, sin voceros, sin causas y sin banderas. Se mueve como sombra, emerge en marchas que no convocó, actúa sin reivindicar causas propias y se diluye sin explicación. En México usa disfraz europeo de los black bloc, pero sobre un cuerpo político que no termina de encuadrar.

Y es precisamente en este punto donde valen la pena algunos cuestionamientos. Las protestas en México suelen nacer de demandas claras, con ciudadanos que arriesgan rostro, nombre y voz: las mujeres el 8 de marzo, los jóvenes por el 2 de octubre, el PRD en contra del desafuero o el fraude de 2006, los maestros con la CNTE, los Le Barón, Javier Sicilia o Isabell Miranda de Wallace por la inseguridad, y más recientemente la marea rosa, el movimiento del sombrero y la generación Z.  Pero resulta que, en momentos clave en los momentos más álgidos de la discusión pública, irrumpe esta franja oscura y encapuchada que revienta cristales, incendia mobiliario urbano o provoca enfrentamientos, provocando un efecto inmediato: desviar la conversación entorno a las consignas y demandas de las marchas, para que entonces se hable de los destrozos, agresiones, violencia, pérdidas económicas.  Me parece peculiar que la indignación ciudadana legítima termina convirtiéndose en un espectáculo y casualmente el gobierno encuentra el pretexto perfecto para minimizar las protestas.

Un cuestionamiento más que considero válido. El Estado presume tener sus aparatos de vigilancia, particularmente en la CDMX, dignos de película con cámaras inteligentes, reconocimiento facial, geolocalización en tiempo real, despliegue de drones, un C5 obsesionado con rastrear desde placas hasta paraguas; súmele a los elementos operativos desplegados que hacen tareas de inteligencia pertenecientes a la SEDENA, la Guardia Nacional, el CNI, la FGR y la policía de la Ciudad, y resulta que tras casi 13 años de la irrupción del bloque negro no existe una sola identificación, no hay nombres, ni liderazgos, tampoco fuentes de financiamiento, o rutas de llegada y escape de las marchas, ni vínculos con nadie; ni una sola ficha ni carpeta de investigación abierta de esas que tanto presumen. Convenientemente el gobierno sufre una amnesia tecnológica súbita, excepto cuando se trata de jóvenes que convocan a una marcha, ellos sin son exhibidos brutalmente por el sistema buscando su linchamiento mediático, como fue con los de la generación Z.

Con esto, se despiertan sospechas, porque el comportamiento del Bloque Negro ya no encaja con su origen anarquista. En México actúa con una sincronía demasiado útil para el poder. Entra, golpea, desestabiliza, estigmatiza y se retira. Su irrupción inhibe a manifestantes porque provoca miedo, daña la legitimidad de los movimientos y coloca la atención pública justo donde el gobierno quiere: en los cristales rotos, no en las exigencias. Así, el Bloque Negro termina funcionando como el brazo ejecutor perfecto, un catalizador de caos diseñado para ensuciar la protesta, criminalizar al manifestante y reforzar el discurso oficial.

Mientras el gobierno no se ocupe en esclarecer quiénes son, quién los mueve, quien los financia, a que intereses o a quién sirven, seguiremos viendo la misma escena, y la duda queda sembrada. Marchas legítimas convertidas en nota roja, consignas ahogadas entre vidrios rotos y un gobierno que, casualmente, siempre encuentra en el Bloque Negro la coartada que necesita para escabullirse.